Vienen y vienen cayucos (hasta el nombre suena ofensivo) y todos (¿casi todos?) nos horrorizamos cuando vemos esos rostros demacrados, hundidos los pómulos, los ojos brillantes por la fiebre y los labios resecos por los días de deambular por el mar.
Acabamos de comer, nos vamos al trabajo y allí seguimos la opinión del grandullón del grupo, mente de mosquito, que deja resonando en los pasillos y ámbitos por los que circula, el casi eslogan: ¡...si a mí me dejaran, pronto acabaría con esta plaga!
Ha olvidado que es nieto de un minero que llegó, a finales del siglo XIX, a ganarse la vida, como pudo, a cualquier ciudad "importante": Madrid, Barcelona, Bilbao, Valencia...
Tambien ignora que la historia de nuestro mundo es la historia de las migraciones. Una tras otra, no han dejado de realizarse. Y así somos lo que somos, todos y cada uno de nosotros.
Estoy seguro que si algún día salieramos de nuestro falso saco amniótico, ese que no hemos construido a medida nuestra, y viajaramos, sabríamos por qué emigran las personas que emigran.
Y si no, probarlo.
2 comentarios:
Qué razón tienes, Manel!
Feliz NAvidad! Yo tampoco paro de pensar cómo será la Navidad de mis salvadoreños y tantos otros que sufren.
Feliz y honesta Navidad. Ester
Amor, serenidad, flexibilidad, aceptación, abundancia y ¡humor!
Gracias por tus deseos, compartiendo la inquietud por los que no pueden compartir más que un abrazo y una sonrisa
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