Nuestra prisa, la de tantos y tantos, ¿no será consecuencia de unas deterioradas relaciones laborales en nuestro trabajo y en su entorno? ¿Será, quizá, que el estado de bienestar se ha convertido hace ya mucho, en un estado de desconcierto gubernamental y mala praxis empresarial? Sea como sea, no es de recibo esta impericia en el momento de tomar una decisión tan importante y que cuestiona el futuro de miles, quizá millones, de trabajadores de este país. Y el ministro de trabajo, ausente durante unos días, se descuelga diciendo que todo esto pasará a partir de 2013, que no hay de qué preocuparse. ¿Ignorancia o hipocresía?
La sombra de los poderes fácticos, una vez más, es alargada. No nos merecemos este des-gobierno.